Reflexiones

Palabras: vivas, pretéritas imperfectas y fusiladas.

disparo

Hola, queridos amigos

Esta semana vamos a hablar de tecnología… «¿¡Quéééééé….!?; ¡es que nos vas a explicar cómo funciona un acelerador de partículas!» Tranquilos, no vamos a cambiar a estas alturas la temática principal de Los sueños de un escritor, que como ya sabéis se central en la literatura. Sin embargo, aunque estamos acostumbrados a concebir esta disciplina como una expresión del espíritu y la filosofía humana, también tiene su parte técnica: la gramática, la sintaxis, las palabras… Y como es lógico, resulta fundamental para un escritor aprenderla –aunque hoy en día haya iluminados que prefieran descender de nuevo a las cavernas de la escritura– y también para el lector; pues, ¿qué iba a entender si no? Pero el asunto no queda ahí, pues al igual que el acelerador de partículas, las palabras son tecnologías empleadas para muy diversos fines: algunos destinados a mejorar la vida humana y otros…, bueno; podemos rememorar lo interesados que estaban en la ciencia atómica los EE.UU y la URSS desde el fin de la Segunda Guerra Mundial para hacernos una idea de por dónde voy. Si seguís adelante con esta entrada, hablaremos de la vida de las palabras y también de su muerte; ya sea natural o ante un paredón de fusilamiento.

¡Espero que os guste!

Hace algún tiempo, leí un artículo de Arturo Pérez-Reverte en su sección Patente de Corso de Zenda que me resultó profundamente significativo: «Hembras preñadas que paren». Aquí, el afamado creador de Alatriste reflexiona sobre la necesidad de que el lenguaje sea variado, flexible y amplio para que las ideas a expresar con él puedan mostrarse en su óptima precisión y complejidad; sobre todo para un escritor. Para ejemplificar dicha premisa se vale de tres palabras que hoy en día suelen ser miradas con cierto remilgo por los sectores más esnobs de nuestra sociedad y éstas no son otras que ‘hembra’, ‘preñada’ y ‘parir’; todas referidas a aspectos físicos y biológicos de lo femenino que no casan muy bien con esa imagen de vestal etérea que algunos intentan imponernos desde su post-romaticismo de starbucks.

Sin embargo, el asunto que duerme bajo esta melodía de sofisticación cantada por un cisne es mucho más escabroso, pues tiene como partitura la teoría postestructuralista del lenguaje. Para el caso que nos ocupa, el psotestructuralismo viene a decir que las palabras, el significado y el uso de los mismos viene impuesto por una figura de poder con un interés de control, ya que el lenguaje hablado configura de manera directa el pensamiento. De este modo, si mañana yo doy un golpe de estado –por favor, que no cunda el pánico– y mi primera medida en el poder consiste en establecer que la palabra ‘perro’ ya no se refiere a ese animal de cuatro patas que dice guau, sino a otro animalito  que dice miau, y a la misma vez obligo a las personas a aceptar el cambio –ya sea por la fuerza, proscripción social o linchamiento en RRSS–, con el tiempo conseguiré modificar las estructuras de pensamiento de mis súbditos –entendiéndolas como una masa homogénea que no siente ni padece de manera autónoma; y de pensar ya… ni hablamos–. ¿Será eso posible o más bien responde al tolón-tolón de una cabeza mutada en cencerro? Ahora lo veremos…

primitivismo postestructuralista

Al igual que exponía Pérez-Reverte en el artículo citado, considero que el lenguaje cambia –que no evoluciona– con la sociedad –entendida como la suma de individualidades–. Y por tanto, cada grupo humano da preeminencia a unas palabras sobre otras, según sus estructuras de pensamiento y, además, su relación con el medio y las características de su sociedad. Por ejemplo, en el latín republicano existía la palabra ‘forum, -i’ (foro) para referirse a la plaza donde se desarrollaba la vida pública (política, comercial, religiosa, etc.) propia de esa estructura social. ¿A alguien le extraña que en época medieval éste concepto referido a la plaza cambiase su significado para hacer referencia a los lugares donde simplemente se administraba justicia? Y es que en la Edad Media, la vida pública ya no era un punto central de la organización social, tampoco del pensamiento y, por tanto, ¿qué sentido tenía emplearla en su acepción original? Hoy en día, ‘foro’ se utiliza, para designar un espacio, virtual o físico, en el que se intercambian opiniones. Como podemos ver, en una sociedad orientada a lo público como la nuestra, se rescata la acepción original latina.

Vida pública clásica

Así, podemos hablar de palabras vivas; que se mantienen, cambian y se adaptan a las nuevas circunstancias de la sociedad, y palabras muertas; cuyo empleo no tiene una función puramente lingüística, esto es, comunicativa o tecnológica en el seno del grupo. Por ejemplo, en el siglo XVI español, un insulto bastante habitual recogido por Cervantes en El Quijote podría ser ‘malandrín’, en referencia a una persona maligna o de mal vivir. Esa palabra, en nuestro tiempo, resulta graciosa o incluso ridícula, pues nosotros; más intensos y habituados a deseñar el filtro, preferimos hijo de p…, una expresión muy antigua: una superviviente donde las haya. Sin embargo, a mí no me gusta dar por muertas a las palabras, puesto que en cualquier momento pueden ser rescatadas, ya sea con su acepción original u otra distinta, como hemos visto con ‘foro’. Por eso, es mejor llamarlas «pretéritas imperfectas».

Otro caso bien distinto es aquel en el que las palabras nos abandonan no porque la sociedad haya dejado de usarlas, tampoco porque la estructura de pensamiento que la había generado se ha perfeccionado, estableciendo otra expresión acorde y, por ende, se ha ganado la jubilación; más bien, aquí hacemos referencia a esas expresiones que, por linchamientodiversos motivos ajenos a la sociedad pero sí muy presentes en su cúspide, han sido encerradas en el penal de lo políticamente incorrecto y, en el peor de los casos, se les ha disparado a quemarropa en la plaza del pueblo, donde todos hemos podido ver que, en el caso de pensar siquiera en ella, podemos correr la misma suerte. Lógicamente, en nuestra sociedad civilizada, ya no se va por ahí dando tiros; pero hay armas de fuego mucho más sofisticadas a la par que incorpóreas cuyo efecto es a veces más devastador si cabe, pues suelen disparar una bala al mismo tiempo que una paloma blanca con una rama de olivo en el pico y una pancarta atada a la pata en la que dice: «Esto se hace en nombre del bien de la civilización». Y es en este contexto donde podemos incluir las palabras ‘preñada’, ‘hembra’ o ‘parir’ que citaba Pérez-Reverte, pues las mujeres somos seres demasiado elevados para que se crucen en nuestro camino ciertos temas de carácter biológico que nos igualan en cierta medida con otros mamíferos –y las mujeres de pueblo, que no se nos vaya a olvidar–.

También hay otras muchas expresiones vetadas en nuestra lengua que prefiero dejar, queridos amigos, a vuestra imaginación y a la reflexión sobre las vivencias personales que hayáis tenido. No obstante, me gustaría señalar que esta censura de términos considerados hirientes e incorrectos ha llegado en algunos casos, hasta el delirante punto de despedir a un alto ejecutivo por el uso de una palabra con un fuerte significado racista; no con la intención de ofender… ¡sino de especificar que esa palabra en concreto NUNCA debería usarse en el cine! (os dejo aquí la noticia, por si no me creéis). Vamos, que ahora tampoco importa el contexto en el que se emplean las palabras, sino que se las entiende como una especie de conjuro con poderes malignos intrínsecos que viajan por el cuerpo astral y nos inundan con su veneno; basta con dejar de decir la palabra en cuestión para que toda la carga que posee deje de afectarnos y las situaciones reales que designa desaparezcan de un plumazo.

Personalmente, suelo llamar a esta dinámica, que viaja entre la superstición más oscurantista y el esnobismo, «Fenómeno Voldemort». Los lectores de mi quinta o más Voldemort entre las sombrasjóvenes recordarán a ese personaje profundamente maligno de la saga Harry Potter al que era mejor no nombrar porque consideraban que de lo contrario se haría más fuerte, aunque en realidad le estaban dando carta blanca para manipular y planear la destrucción desde las sombras: su propio territorio. Tuvo que ser un chico como Harry, alguien que compartía muchas de las características oscuras de este villano el que, aceptando sus sombras pero manteniéndolas a raya mediante una fuerte voluntad, arrojase luz sobre el mago oscuro y le derrotase. Desgraciadamente, este comportamiento tan digno de la avestruz es, a mi juicio, un lastre de la cultura anglosajona que por suerte o por desgracia no hemos sufrido en España hasta ahora, ya que aquí al villano se le muestra, se le ridiculiza y, además, se exponen las herramientas necesarias para protegerse o acabar con él. Por ejemplo, en pleno siglo XVII, Tirso de Molina expondría sin tapujos los comportamientos propios del depredador sexual en su comedia El burlador de Sevilla y mostraría a su vez qué les podía pasar a estos donjuanes si no eran capaces de mantener la bragueta cerrada, además de explicar a las damas cuáles eran las promesas y humos vendidos por los susodichos para que se mantuvieran al loro. Así, prohibir o condenar el uso de una palabra no hace otra cosa sino desterrar la idea y el significado correspondiente a un mundo de sombras, con la ilusa intención de que la realidad designada desaparezca como el monstruo que vivía bajo nuestra cama cuando éramos niños.

Pero claro, todo no iba a ser fusilar palabras; también a estas se les añaden nuevos significados de forma interesada, o se tergiversan los que ya tienen; que es peor. Esto, por ejemplo, ocurre con el término ‘tolerancia’, hoy en día sobado hasta decir basta, aunque en su acepción no canónica; ya que una persona tolerante, según la Rae, es aquella que acepta algo –ideas, pensamientos, personas o comportamientos– cuando no le gustan o son contrarios a sus propios valores. Entonces, yo soy tolerante cuando, pese a que no me gusta la leche de soja, otra persona defiende su consumo o la bebe ante mí y yo ni la insulto, ni la agredo físicamente, ni destrozo un palé de tetrabriks, ni monto una asociación antileches porque las considero un peligro para la integridad humana, aunque en una conversación racional pueda decir abiertamente cuáles son las razones por las que estoy en contra de la leche de soja , pero no por ello dejo de tratar a sus consumidores con el respeto que merecen todos los seres humanos. Por el contrario, en nuestra actualidad más apremiante, el término ha derivado hasta el paradójico punto en el que sólo lo que a mí me gusta y yo acepto es tolerante, mientras que si alguien piensa distinto a mí el intolerante es él, aunque use argumentos racionales para justificar su postura; ésto, queridos amigos, unido a ese meme sobre la Paradoja de Karl Popper ejecutado mediante la reducción ad absurdum de su teoría sobre la tolerancia planteada en La sociedad abierta y sus enemigos, son los dos ingredientes principales del amargo cóctel del totalitarismo.

paradoja de Popper
Comparativa de la Paradoja de Popper sesgada y la interpretación correcta

Y ya, el acabose es la creación de nuevos términos, que se ofertan como una verdad revelada por una supuésta élite intelectual y culta que nos guía hacia el horizonte de la corrección y el Bien. Si somos ovejas listas y usamos sus mantras balsámicos, curarán nuestra mente de ideas enfermizas, pensamientos negativos y juegos de poder tóxicos. Así, encontramos términos como ‘cisheternopatriarcado’, que viene a significar: mezclar las churras con las merinas, la velocidad con el tocino y el perro de Pavlov con el gato de Schrödinger; lo que intento decir es que la profundidad teórica de aquella alma de cántaro que creó dicho palabro era inversamente proporcional a la longitud del término en cuestión. A algunas personas les parece que cuánto más larga, mejor funciona; y luego van diciendo que ésto es sólo cosa de hombres…

Para concluir, queridos amigos, quería contaros que, por lo que a mí respecta, no me preocupo en exceso por estos asuntos, pues si echamos la vista atrás, la Historia nos muestra que las palabras han sido fusiladas y reemplazadas en muchas ocasiones por ensaladilla nacionalintereses ajenos a la comunicación social, pero en la mayoría de los casos han resucitado, dejando a su sustituta como una curiosidad de lo más ridícula. Esto mismo ocurrió en EE.UU, en en contexto de la Primera Guerra Mundial, cuando a un lumbreras le resultaba inaceptable que uno de los platos más consumidos en suelo patrio llevase el nombre de un gentilicio alemán: el principal enemigo en cuestión; y así, la ‘hamburguesa’ pasó a llamarse ‘bocadillo de la libertad’. Pero no hay que irse tan lejos, aquí en España, en pleno Franquismo, se intentó popularizar la ‘ensaladilla nacional’, ya que todo lo ruso era sinónimo del más maligno de los demonios… Probablemente, al cambiarle el nombre al plato, creían que iban a ahorrar en sal de frutas, pero el mazacote de patatas y mayonesa seguía siendo el mismo. Fuera ya de bromas, lo que intento decir es que, por mucho que una élite intente cambiar el lenguaje para cambiar el pensamiento y la realidad a percibir con la intención de mantenerse en el poder, las sociedades poseen unos mecanismos culturales muy profundos que resultan imposibles de controlar por una ideología, instituciones o grupos de iluminados coyunturales. Como decía Claude Lévi-Strauss en relación con las dinámicas de organización social, que también puede ser extrapolado a las estructuras lingüísticas propias de la cultura:

«Para comprender su base común es necesario dirigirse a algunas estructuras fundamentales del espíritu humano, más que a tal o cual región privilegiada del mundo o período de la historia de la civilización.

[…]

»Cualesquiera que sean los cambios, la misma fuerza permanece siempre en acción, y siempre reorganiza en el mismo sentido los elementos que se le ofrecen o se le abandonan».

Estructuras elementales de parentesco, p. 116.

Esta predisposición cultural universal hacia la articulación social del lenguaje también la han demostrado algunos experimentos científicos de lo más interesante, como el conocido Efecto kiki-bouba, cuyos resultados se explican de forma magistral en este vídeo del canal de psicología Psico vlog. Una prueba más para demostrar que si mañana doy un golpe de estado, por mucho que obligue a la sociedad a llamar perro al gato, cuando sea derrocada, las cosas volverán a su sitio y me erigirán las más dignas caricaturas con un cencerro por cabeza.

efecto kiki-bouba

Así que, queridos amigos, no hay que temer al efecto de estas ideas a largo plazo, pero sí a lo que nos ocurre hoy en día, pues parece increíble que en una sociedad aparentemente civilizada, supuestamente plural y democrática una no pueda escribir «soy una hembra preñada que pare» sin ser sometida a castigo público, como ocurría en el siglo XVII, sólo que ahora un numerito azul sobre la bandeja de ‘notificaciones’ sustituye el olor a carne quemada.

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Pues con ésto os dejo hasta la semana que viene, queridos amigos. Ya sabéis que podéis compartir vuestras impresiones en la cajita de comentarios y contarme en qué estáis de acuerdo conmigo y en qué no. Este blog es un foro tolerante y abierto.

¡Hasta la próxima!

¡Nos escribimos!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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